Espacio Ciudadano
El telescopio espacial James Webb “resolverá misterios de nuestro sistema solar,
verá más allá de mundos distantes alrededor de otras estrellas y explorará los orígenes del universo…”
Cuando era menor de edad y ya estaba “en uso de razón” me preguntaba muchas cosas y no encontraba las respuestas. Acudía a mis mayores y me recibían con evasivas; algunos me decían que no anduviera de ocioso e interrogador, que eso era cosa de tontos o de locos; es más, hasta familiares cercanos me veían como un bicho raro. En tales condiciones adversas me envolví o encerré entre mis inquietudes e incertidumbres. Busqué respuestas en textos o en personas desconocidas y a veces con cierta frecuencia me respaldé en mi imaginación y en mis subjetividades. Después de esos vacíos informativos, de padecer esa “odisea personal”, para nada anhelo que mis nietos o parientes sufran ese infierno de indiferencia y esa ausencia de respeto infantil. Abrigo la confianza que en este siglo XXI, con nuevos derroteros pedagógicos, tanto mis consanguíneos como el resto de los infantes alcancen un desenvolvimiento sano, ofreciéndoles posibilidades y herramientas para que florezca a plenitud la versatilidad humana y el pensamiento crítico.
Aunque nos duela hay que aceptar que a los adultos, por lo general, no nos gusta atender las inquietudes de los menores; pareciera que aceptamos más al sujeto apacible e indolente que a esas personas “incómodas” y audaces que nos hacen vernos como ignorantes o necios. Extraordinario sería que encauzáramos toda esa potencialidad infantil hacia promisorios derroteros; convertirnos nosotros en colegas entusiastas de esos noveles protagonistas, alrededor de una investigación de campo o de un estudio bibliográfico. En el desenvolvimiento de las nuevas generaciones observamos con pena cómo dilapidamos ese rico patrimonio humano, al seguir caminando por senderos tradicionalistas y anacrónicos. Deformamos en lugar de construir; convertimos a niños y adolescentes inquietos e imaginativos en entes adocenados, disciplinados y hasta temerosos para exteriorizar sus dudas y legítimos cuestionamientos.
Ante el imperativo impostergable de enseñar a los niños y a los jóvenes a pensar, es menester que en todo centro educativo operen los laboratorios interactivos, las prácticas de inducción a la investigación empírica, los programas inspiradores y dinámicos, los textos accesibles que impulsen a las nuevas generaciones a contestar sus dudas y apropiarse de contenidos culturales básicos. Urgen, asimismo, docentes inquietos y preparados que encaucen a sus alumnos para que éstos desenvuelvan su razonamiento y su imaginación. Se requieren, también en ese contexto, dispositivos didácticos y dinámicas grupales que auspicien diálogos y discusiones de altura para arribar a conclusiones fundamentadas.
Leí con interés un ensayo donde se enfatizaba lo siguiente: “Las consecuencias del analfabetismo científico son mucho más peligrosas en nuestra época que en cualquier otra anterior. Es peligroso y temerario que el ciudadano medio mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radioactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población…” , y otras cosas más; sin embargo vemos con preocupación, con pena, que muchas personas supuestamente preparadas se preocupan más por ciertas cuestiones sin importancia y se empecinan en resolver enigmas fantasiosos.
Tiene que asimilarse que la superstición y la pseudociencia son adversarias del progreso y de la humanidad; que la investigación sistematizada en el área de la medicina ha rendido sus frutos y que las trágicas enfermedades que en otra época se llevaban un número incontable de bebés y niños a la tumba se ha ido reduciendo progresivamente y se curan gracias a la ciencia: por el descubrimiento del mundo de los microbios, por la idea de que médicos y enfermeras se lavaran las manos y esterilizaran sus instrumentos; mediante la nutrición, la salud pública y las medidas sanitarias, los antibióticos, fármacos, vacunas, el descubrimiento de la estructura molecular del ADN, la biología molecular y la terapia genética. En esas circunstancias, deben quedar en la historia de lo insólito los brebajes mágicos, los sanadores, las oraciones, los exorcismos, los cánticos, los milagros, los horóscopos y los amuletos.
Hace poco entré a una librería del centro de Xalapa para curiosear, para hacer “un poco de tiempo”, ya que iba a una reunión. No tenía en mente comprar algo en particular, pero ya en el interior de tal inmueble y observando los materiales bibliográficos me llamaron la atención por lo menos 4 textos, dos novelas, un tratado de ética y un compendio de reflexiones científicas de la autoría del astrónomo, escritor y divulgador norteamericano Carl Sagan. Tomé la decisión, por razones económicas, de adquirir finalmente una novela (de la cual comentaré en otra ocasión) y ese libro de Sagan que responde al título de “El mundo y sus demonios”, que ya va en su quinta edición. Puedo decirles que no me arrepiento de mi decisión, pues en la lectura de los primeros capítulos asimilo que el gran investigador, además de sus aportaciones diversas, fue un gran defensor del pensamiento escéptico y del método científico, que a pesar de morir a los 62 años de edad, está considerado como uno de los promotores de la ciencia más influyentes de la época contemporánea.
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Atentamente
Prof. Jorge E. Lara de la Fraga