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El PRI ¿Qué hacer con «Alito»?

Por Alfredo Bielma Villanueva

CAMALEÓN

Semejante a una planta marchitada por la prolongada sequía, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) difícilmente podrá reverdecer pese al tardío riego que pudiera aplicársele. Este otrora robusto y hojoso árbol a cuya sombra surgieron y se ampararon generaciones de políticos mexicanos perdió el vigor de sus mejores años y ya no da sombra porque nada queda de su radiante esplendor. Culpables son quienes solo buscaron beneficios personales sin atender con sensibilidad social los problemas de la comunidad y sin poner atención a los preocupantes avisos que la espejeante realidad mexicana proporcionaba a través de los reclamos de los diversos segmentos de su población. Sus frutos ya eran tardíos y su follaje comenzaba a mostrar preocupantes claros como en adelantado otoño, pero a sus usufructuarios solo interesaba exprimirlo para conseguir su progreso político. Así ha acontecido con el PRI, pues desde del susto de 1988 pronto devino la derrota del año 2000, año en que se repitieron las mismas reflexiones despertadas en el 88: era necesario refundar al partido, acercarlo más a la gente “dialogar con el ciudadano” y descargando culpas tachando de “traidor” a Ernesto Zedillo. En 2006 Roberto Madrazo desde la presidencia del PRI se agandalló la candidatura a la presidencia de México, provocando un grave sisma a su interior y, obviamente perdió con unvergonzoso tercer lugar. E igual que en las ocasiones anteriores la cúpula partidista esterilizó sus culpas sugiriendo la necesidad de cambiar sus métodos de acción. Una exitosa campaña mediática a favor del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, combinada con los elevados índices de violencia imperantes en ese momento y las secuelas de la crisis económica de 2009 llevaron de nuevo al PRI a la presidencia de la república en 2012, venciendo ampliamente al “rayito de esperanza” personificado por AMLO. Sin embargo, fue una pírrica restauración sexenal tirada por la borda a causa de la descarada corrupción e ineficacia del presidente Peña Nieto, que aumentaron los decibeles del enojo y las desigualdades sociales en gran sector de la clase media y principalmente entre el segmento mayoritario de la población mexicana, los que nada tienen para perder, y se inclinaron por quien ofrecía el cambio, y ese sacudimiento social provocó el gran sunami electoral de 2018 que elevó a la presidencia a Andrés López Obrador. Pero el PRI siguió en las mismas, víctima de su inevitable genética y secuestrado por clanes de poder cuyo método único es el reparto de posiciones políticas sin voltear a la base militante, ya muy rala, por cierto. Beltrones asumió la parte que le correspondía por la pérdida de ocho gubernaturas estatales en 2018 y renunció a su cargo de presidente del PRI, pero en profundo contraste Alejandro Moreno se resiste a dejar la dirigencia partidista pese a los encendidos números rojos de su actuación; es vulnerable sin duda y su presencia en ese escenario es nociva aún para el PAN y para lo que queda del PRD. Triste la circunstancia priista, peor aún la de “Alito” cuya permanencia en ese liderazgo paradójicamente sirve al gobierno, pues en vez de hacerle una efectiva oposición abona al mayor deterioro priista.