Columnistas

Arrebato

Por Alberto Calderón P.

En lo alto, una nube se posa un instante en su viaje incierto, cambiando la claridad de la mañana con matices de tenues sombras, disfrazándose de distintos animales solo vistos en sueños profundos, la luz se acompaña de trinos ofreciendo armonía al cielo, la parvada vuela en todas direcciones planeando entre las construcciones antiguas, un pequeño pájaro parece hacer un espectáculo de equilibrio en el alambre tendido entre dos postes, su curiosidad le hace bajar a un balcón en busca de comida mientras es observado por una estatua peluda de ojos como gotas de miel, solo su sombra fue testigo del salto felino, las alas del diminuto se abrieron huyendo en forma vertical, el encuentro en el aire entre dos especies con distinto propósito fue visto por una mariposa amarilla que indiferente siguió su curso.

El silencio interno se rompe con un ruido extraño, una maceta cae, el gato se escabulle entre las patas de una silla buscando alcanzar el refugio bajo la cama más cercana, huye. Se escuchan las pisadas subiendo el laberinto de caracol hacia la intimidad de las alcobas, la mujer de zapatillas cenicientas vio pasar veloz un pedazo de nube, algo notó bajo sus bigotes de moño ralo por lo que se da a su búsqueda para saber que trae entre dientes.

El blanco felino sigiloso y calculador, aprisiona un pájaro en su boca que no ha dejado la existencia, no se resigna a abandonar el paraíso, apenas aleta tratando de zafarse del estrujaniento que no le permite la libertad, aferrándose con todo a la vida. Ayelen finalmente lo acorrala haciendo que suelte la presa, toma el ave entre sus manos, le sopla en el pico, el plumífero lastimado parece poco a poco regresar a su estado natural, el gato maúlla desconsolado por el arrebato del trofeo que atrapó con habilidad. No quiere resignarse a perderlo, sigue de cerca con la mirada a la mujer que le quitó su presea, en algún lugar de su mente siente aun la emoción por haber satisfecho su instinto, en una fracción diminuta de tiempo pierde de vista el destino del canario y la joven mujer, en posición de sigilo busca inútilmente, su olfato confunde el rastro por los aromas que suben provenientes de la cocina, cerca del lugar el ave aturdida, indecisa se sacude esos momentos de angustia, se para nuevamente sobre el barandal del balcón antes de emprender el vuelo, tras una experiencia que no podrá compartir.

Kimba resignado, olvida el triunfo y regresa al mundo de su solitaria existencia, se echa junto a la ventana donde un rayo de sol también se tiende sobre el piso ahora iluminando,  acicala su cuerpo, los dos reconocen la inmensidad de su espacio y su eterna soledad.

Del libro “Las espiroquetas” mismo autor.