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Suerte o privilegio: tener un buen jefe

Por Jorge E. Lara de la Fraga.

ESPACIO CIUDADANO

“No debemos tener miedo de cuestionar o cuestionarnos; hasta los planetas chocan                                         y del caos nacen las estrellas”.- Charles Chaplin.

A consecuencia de un comentario anterior donde abordé lo relativo a los jefes y directivos que se caracterizan por su prepotencia e ineptitud, recibí de manera directa o por vía digital aportaciones, puntos de vista sobre el tema, algunas felicitaciones y hasta denuncias sobre elementos que en algunas dependencias “hacen de las suyas”, pues lamentablemente muchas personas sufrieron o están confrontando penalidades, en su calidad de subordinados, por el proceder estulto e insolente de ciertos sujetos soberbios que se creen omnipotentes al ejercer un cargo de mando. Ante lo cual creo oportuno incorporar elementos adicionales a ese asunto laboral y espero cumplir con los amables interesados que me remitieron sus inquietudes.

Un conciudadano inquieto me entregó unas notas sobre el comportamiento deseable y las características básicas que debía poseer un jefe o directivo de una dependencia oficial. De manera concisa externa que antes que nada el ejecutivo debe predicar con el ejemplo, para proyectar autoridad moral, sin desestimar la pulcritud en su actuar, en el comportamiento cotidiano, ser respetuoso y consistente en sus decisiones. Asimismo, identificarse con el servicio público, con el afán supremo de servir y asimilar que ello implica empatía, conocimiento, sensibilidad, resolver juiciosamente, desempeñarse con equilibrio emocional, eficiencia y cabalidad. De manera complementaria enlista las deficiencias, errores, omisiones y conductas impropias en que incurre un elemento sin el perfil apropiado en un área de decisiones: Es bastante común que un individuo inapropiado, ineficaz y desconocedor de la función directiva actúe despóticamente, de manera soberbia y abusiva con sus colaboradores; además, sus decisiones por lo general suelen ser erráticas y lo más grave es cuando son protagonistas de acciones indecorosas y atentatorias a la justicia, perjudicando a los usuarios, alumnos, trabajadores del organismo y hasta a la misma dependencia oficial. “No hay que olvidar que aprender a dirigir personas y a equipos de labor es una competencia laboral fundamental, pertinente en todo ser que desempeñe un puesto jerárquico de mando, en aras de un buen funcionamiento participativo.”

En el pasado no tan remoto (décadas 70, 80 y 90 del siglo XX) algunos de los que fuimos transitoriamente ejecutivos “nos poníamos en ocasiones el overol” y no se nos caían ni las manos ni las alas jerárquicas cuando había esténciles que imprimir y reproducir en el mimeógrafo, engrapar documentos urgentes, empaquetar unidades de trabajo, circulares, revistas didácticas y para trasladar al correo o a la agencia de envíos el material pedagógico de la dependencia educativa. Actualmente parece que las labores manuales y los esfuerzos físicos sólo son para los empleados y los colaboradores, porque los excelsos jefes o ejecutivos están bastante ocupados con sus reflexiones supremas, con sus planeaciones teóricas y con sus propuestas académicas, como producto o consecuencia de sus maestrías y doctorados. Por favor, ya hay que bajarse de esas nubes de megalomanía y de vanidad que tanto daño hacen al quehacer cotidiano de las áreas oficiales y de los recintos de la iniciativa privada.

Para culminar el asunto o tema abordado inserto una aportación de un colega, donde hace referencia a las virtudes de un ejecutivo ejemplar y eficaz; asimismo señala los errores de un jefe mordaz, perverso e insolente. “En un mundo perfecto, el jefe sería alguien serio, responsable y exigente; al mismo tiempo, justo, amable y divertido. Se expresa que quien tiene un buen conductor laboral posee un tesoro. Un buen directivo sabe escuchar, deja hacer, ofrece oportunidades y se caracteriza como un ser justo y humano. Sus cualidades o fortalezas: honestidad, humildad y capacidad empática. Tales personas sensibles, honorables, aptas, con afán de servicio, que tienen responsabilidades de mando, pueden aprender mucho de los mismos colaboradores y ofrecer buenos resultados…” En sentido inverso, los funcionarios o jefes sin cualidades de liderazgo aportan malos dividendos y se transforman en elementos deleznables: “… Los malos jefes suelen ser ineptos o perversos. Algunos reúnen las dos agravantes. A los perversos se les podría identificar como psicópatas, narcisistas o maquiavélicos … Los jefes impropios informan o comunican de manera limitada y confusa, manifiestan o proyectan irritabilidad y continuos cambios de humor, además establecen relaciones tensas con el personal a su cargo e incurren en faltas de respeto… Un líder o conductor mediocre, además de ignorar las necesidades de su equipo de trabajo (motivaciones, iniciativas, anhelos de superación y desarrollo personal) toma decisiones bruscas de manera arbitraria, se apropia de las ideas, proyectos y méritos ajenos, cree saberlo todo y para colmo no admite consejos o sugerencias… Una persona que tiene mando, con ausencia de sensibilidad y tacto, puede llegar a afectar a varios empleados en el terreno psicológico y perjudicar también su salud física”.

Atentamente

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga.