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La grandeza de estar bautizado

Por Pbro. José Manuel Suazo Reyes

Este domingo, en la liturgia de la Iglesia Católica, celebramos el bautismo de
Jesús y con ello se cierra el periodo de la navidad. El bautismo de Jesús es un
signo más que manifiesta el misterio de la encarnación. Jesús no tenía
necesidad de ser bautizado ya que él es Santo y es el Hijo de Dios por
naturaleza; su bautismo se presenta entonces como un signo de su inserción
en la realidad humana, una forma más de solidarizarse con el ser humano,
herido por el pecado para elevarlo a la dignidad de hijo de Dios.
Con el bautismo, Jesús nos ofrece un anticipo de su misterio pascual. El signo
de sumergirse en el agua y surgir de ella es una señal que anticipa su muerte
en la cruz y su resurrección. En la cruz Jesús carga sobre sí los pecados de
todos los seres humanos, los pagará con su vida y nos dará la posibilidad de
una vida nueva.
En el bautismo de Jesús, es el mismo Padre celestial quien presenta a su Hijo:
“tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Esta expresión nos recuerda
uno de los cantos del siervo sufriente del profeta Isaías que dice así “he aquí a
mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco” (Is 42, 1). De
esta manera, a imagen del siervo sufriente, Jesús viene presentado como el
hijo único de Dios, como el mesías prometido que llevará a cabo su misión en
el mundo asumiendo el sufrimiento y la humillación de la Cruz para echar sobre
sus espaldas los pecados de la humanidad. El bautismo de Jesús nos revela
entonces su identidad y su misión salvífica.
Estamos viviendo momentos de mucha obscuridad que están generando
incertidumbre, temores y miedo a la gente. A las amenazas de la llegada de
una cuarta ola de COVID, ante la que no estamos blindados, se agrega ahora
un ambiente de horror y de muerte que deja una estela de dolor, luto e
indignación. Los afectados siguen siendo los ciudadanos. Las familias temen
por sus hijos y los hogares se sienten en la orfandad.
El 6 de enero pasado, mientras en muchos hogares los niños disfrutaban
alegremente por los regalos de los reyes magos, una muy lamentable y triste
noticia empezó a circular. El hogar de una familia xalapeña fue allanado y una
pareja de adultos de la tercera edad que ahí vivía, fue terriblemente agredida.
El saldo que quedó fue el de una mujer brutalmente asesinada a golpes y su
esposo con heridas mortales. Por otra parte al sur de Veracruz, tan sólo un día
después, dejaron 9 cadáveres a la orilla de una carretera. Esto es sólo una
muestra de muchas otras cosas.
Estos lamentables hechos ponen en evidencia la triste y lacerante realidad que
en todo el Estado de Veracruz estamos viviendo; de norte a sur y de este a
oeste se sabe de historias dramáticas que la gente está viviendo y que la
mantienen en la total indefensión. No saben a dónde acercarse ni quien les
brindará protección y seguridad.
Necesitamos tomar conciencia de que el ser humano tiene una dignidad que
debe ser respetada desde que es concebido hasta su muerte natural. La
cultura de la muerte no puede imponerse, aunque tenga muchos promotores y
aplaudidores. La cultura de la muerte sólo nos lastima y nos denigra.
Esta realidad obscura es la que ha venido a sanar el Hijo de Dios. La respuesta
a los signos de la muerte es la presencia del hijo de Dios que con su bautismo
nos recuerda que cada persona está llamada a ser un hijo predilecto y una
morada divina.
Ante esta desafiante realidad, el bautismo de Jesús nos recuerda la grandeza
de estar bautizado. Como nos narra el evangelio de lo que sucedió con Jesús,
también para cada bautizado se han abierto los cielos. Dios nos ha mirado con
misericordia y nos adopta como sus hijos muy amados. También sobre cada
bautizado se ha posado el Espíritu santo y por lo tanto hemos renacido a la
vida de gracia y esa es nuestra vocación, no la cultura de muerte que tanto
daño nos hace.
¡Que el bautismo de Jesús nos lleve a vivir como Hijos de Dios en quien él se
complace!
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa