ESPACIO CIUDADANO
El manantial en la arena es un lugar donde floreció la cultura…
“Allá es mi tierra, la que envuelta de niebla con lo viejo se esconde temerosa entre la sierra…”
Hace unos días hacía mis cálculos personales acerca de mi estancia física por estos lares terráqueos y obtenía en conclusión de que 60 años he vivido en Xalapa, mi tierra adoptiva y generosa que me brindó una carrera profesional, también la oportunidad de prepararme más en el campo pedagógico, representó además el espacio idóneo para conformar una familia y ser el sitio para desarrollar un trabajo académico en instituciones y dependencias del ramo educativo. La ciudad capital de Enríquez y de grandes veracruzanos, ha sido para mí la fortaleza de mi desarrollo personal. Sin embargo, no puedo dejar de lado que “mi ombligo” se quedó en otras tierras de las Grandes Montañas y que no puedo olvidar a ese Señorío de Cuautochco que me envolvió en sus campiñas verdes y en sus cerros azules. Así como Xalapa me facilitó las herramientas últimas para enfrentar a la realidad, el Huatusco de Chicuéllar me impulsó con su energía durante esas etapas claves de mi infancia y de mi adolescencia.
Cada vez que puedo me traslado a mi terruño de origen y por ello puedo decirles a ustedes que tengo dos grandes amores: que en la Sultana del Macuitépec están sepultados mis padres y es el recinto donde nacieron mi esposa, hijos y nietos; pero que allá en la morada del Gran Conejo, en el lugar del tlaltonile, de las chicatanas y del café de altura, duermen su sueño eterno una hermana, mis abuelos y bisabuelos. Todo este preámbulo que antecede al presente artículo se debe a que en esta ocasión me referiré a ciertas facetas de mi pueblo original. Ahora que se acerca el mes de diciembre, me remonto en la imaginación a mis épocas infantiles y juveniles de los años 50 por ese Huatusco del ayer. Fluyen de inmediato vivencias de esas celebraciones guadalupanas y de esas posadas memorables que se efectuaban en los tradicionales barrios a iniciativa del Presbítero Enrique S. Trejo y Domínguez, con el ánimo de recabar recursos para la culminación de las obras del templo parroquial. Se establecía una frenética competencia entre los diversos sectores poblacionales para otorgar buenas aportaciones a la causa referida, a través de la venta de antojitos, de exhibiciones de box, funciones de títeres, de sorteos y tómbolas, de piñatas, no faltando el palo encebado, los juegos mecánicos, las dramatizaciones y hasta proyecciones cinematográficas. A la memoria cito el nombre de algunos de esos barrios populares: La Llovida del Cielo, Las quince letras, El de doña Matilde Olazo, El de La Luz, El Tepeyac, El del Salto, El del Volcán, El de doña Chepa, El de La Trinidad, y El del Panteón. Cuántos de nosotros no gozamos con esas fiestas y cuántos de nosotros no aprovechamos esos momentos para ofrecerle nuestro afecto a cierta jovencita de la localidad.
A la mitad de la centuria del siglo XX los niños del pueblo asistíamos a tres planteles educativos, a las escuelas primarias “Juana de Asbaje” “Corregidora de Querétaro” y “Adolfo Ruiz Cortines”. Por cierto que recientemente nos hemos reunido ex-condiscípulos de la Escuela “Adolfo Ruiz Cortines”, mismos que cursamos nuestros estudios básicos en el período 1950-1955, de eso ya hace algunos ayeres, pues con esos colegas tengo la friolera de conocerlos desde hace 6 décadas. Nuestros maestros de ese nivel fueron los ameritados docentes Paz Ruiz Vda. De Domínguez, Jesús Húber Avendaño, Cecilia Hernández Lara, Bruno Nagel, Baldomero R. Mota, Manuel Sedas Rincón, Nemesio Cano y Fernando Domínguez Prior, los cuales se esmeraron por encauzarnos por los senderos de la superación y de la entrega cotidiana. A la fecha, los que todavía vivimos vamos deambulando con dignidad, sea en un oficio, en una actividad comercial, en labores agropecuarias o cumpliendo con tareas profesionales y técnicas.
Siempre he dicho que no debemos vivir sólo de recuerdos, que cada amanecer es la oportunidad para revitalizar nuestras utopías y afanes superiores. Ante ello puedo expresar que así como evoco con emoción ese Huatusco del pretérito, me emociono con el empuje y el entusiasmo que observo hoy en mi pueblo de nacencia. Vislumbro que además de la importancia tradicional del café, ya los hombres del campo se proyectan hacia otros cultivos y en derredor de otras acciones productivas. Es saludable que esta región de la floresta y de la neblina se aproveche a plenitud para instaurar agroindustrias rentables, sea un mosaico de artesanías, que asimismo encamine baterías para promover la ganadería y las granjas avícolas y porcícolas, sin dejar de lado la posibilidad de darle uso racional a su riqueza maderable y de bambú, a la comercialización de piloncillo, al envasado del tlaltonile, al incremento de la producción de miel de abeja y a la elaboración de vinos de fruta. No quiero perder la oportunidad de indicarles a los lectores que el feudo del Chango García Cabral cuenta con singulares monumentos históricos y con atractivos naturales; entre los primeros anoto la Torre de Santa Cecilia, la Parroquia de San Antonio, el Teatro Solleiro, el Templo del Tepeyac y la Capilla de Guadalupe; por lo que se refiere a sus alrededores ecológicos señalo la barranca de Chichiquila, el Boquerón, la cascada de Tenexamaxa, la cascada de los 3 chorros, las Cañadas, la laguna de Santo Domingo y el Cerro de Acatepec. Ojalá muchos de los interesados en el montañismo y en el ecoturismo se identifiquen en el futuro con este bello espacio siempre verde y optimista de Veracruz.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga.