Panoramas de Reflexión
Al morir mi tía Carmela, mi abuela Sofía había quedado sola en esa casa tan grande del mero centro de la ciudad. Después del sepelio de mi tía, una tarde lluviosa de abril, mis tíos José Carlos y Benigna convinieron en pedirle a mi madre abriera su restaurant en el local que había ocupado años atrás el restaurant “Mendoza”, el restaurant de la abuela, y donde también vivió hasta su muerte. Mis tíos estaban casados y con hijos en la escuela, y no podían venirse a vivir a con mi abuela.
Mi madre accedió a la petición que le hicieran sus hermanos y tomó nuevamente la decisión de cambiar de domicilio, pues ya habíamos estado en dos lugares distintos. Yo todavía era un niño, cursaba tal vez cuarto o quinto año de primaria, no lo recuerdo bien. Nos pasamos entonces al lado sur de la avenida Maximino Ávila Camacho, entre las calles Morelos y Guerrero, como a media cuadra de ese tramo de la avenida, prácticamente en frente de donde habíamos estado antes. Ahí viví los mejores años de mi niñez, los que más recuerdo y donde realicé las mejores travesuras de mí alocada existencia. Esa inmensa casa tenía un patio extenso con un jardín separado en tres secciones; al centro había un guayabo con una Copa de oro trepada en su tronco que daba unas hermosas flores amarillas. Al lado derecho de las dos últimas secciones del jardín, había unas habitaciones en obra negra vacías donde jugar y de ser necesario, poder esconderme. Al frente de la casa se estableció el restaurant, el cual tenía dos entradas separadas por una gran ventana con un tiesto o jardinera angosta a todo lo largo de la misma; en medio la cocina, y un poco más atrás la habitación de la abuela. Al fondo, el patio y las habitaciones a media construcción. El departamento de la planta alta todo para mi madre y yo. La ciudad seguía creciendo a ritmos acelerados y el negocio de mi madre se veía con más clientela, una prominente época de mediana opulencia que le permitió a mi mamá mandar construir una casa en la avenida Ignacio Zaragoza de la zona centro, un poco más alejada de donde estábamos que era el mero centro de la ciudad. La casa de la abuela fue construida sobre un gran lote que le fue permutado a su madre (mi bisabuela), la Señora Benigna Méndez Barrera, por las autoridades municipales de Martínez de la Torre de aquel entonces, porque su casa originalmente estaba ubicada frente al parque, junto al río, y ese terreno interesó a las mismas autoridades para construir el actual Palacio Municipal. Entonces es que le fue asignado un terreno a la sazón en la avenida Apolinar Castillo, hoy Maximino Ávila Camacho. Actualmente ahí se encuentra ubicada una conocida farmacia del centro de la ciudad.
Martínez de la torre es una ciudad que está creciendo a ritmos vertiginosos, que cambia constantemente de apariencia. Hay lugares, colonias, calles y avenidas, que se desconocen si ya tienes algún tiempo de no pasar por ellas. Martínez de la Torre es una ciudad que crece, que cambia y se transforma, su gente enmarca su identidad de sensible calor humano. Apenas ayer, el pasado 27 de octubre, cumplió su 139 aniversario de haberse constituido en municipio libre según un decreto expedido por el Gobernador del Estado de ese entonces el C. Apolinar Castillo. Muchas Felicidades para la Capital Mundial del Limón Persa: Martínez de la Torre, Veracruz. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.
Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).