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La valiente campesina

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión.

            Ya avanzada la tarde, cuando el sol comenzaba a bostezar, una joven mujer se encontraba llorando desconsolada a la sombra de un frondoso pirul. Su marido borracho, la buscaba desesperado, frenético, porque tenía hambre y ella no estaba en casa; requería de sus interminables labores, de entre las cuales restaba hacerle de cenar y otras cosas más, que mejor prefiero no contarles.

            A la preocupada mujer se le acercó una rustica campirana que pasaba cerca de ahí, venía de hacer sus labores en el campo y corría apresurada pues se le había hecho tarde para llegar a darle de cenar a su marido y sus chamacos que la aguardaban impacientemente, y todavía se dio tiempo para socorrer a aquella apenada mujer. –Pero que tienes niña mía, que te pasa, por qué lloras con tanta pena, preguntó la campesina. –Mi marido me anda buscando, yo lo sé, para golpearme como siempre, como acostumbra cada vez que llega borracho y hoy es sábado y seguro que así regresó, le respondió amargamente. –No te preocupes niña, acude a tu casa y agarra al toro por los cuernos. No dejes que te pegue y cumple con tus deberes. Cuando mi marido ha intentado pegarme me he defendido con todo, le he enfrentado, he pasado las de Caín, pero he sabido darme mi lugar. Es difícil enfrentarse a un hombre que fue criado como macho por sus tatas y a quien debe obedecerse porque así le enseñaron desde niño. Pero debes valorarte a ti misma y exigirle respeto. Te repito, no es fácil, pero si se puede. Así lo hizo aquella desconsolada mujer, partió temerosa para su casa con el alma en ancas pensando en lo terrible que estaba por sucederle y cuando llegó, encontró al marido iracundo temblando de puro coraje. Cuando éste estaba por asestarle un golpe, la mujer se armó de valor, pensando lo que le había dicho la valiente campesina, lo enfrentó y le exigió que no la golpeara, evadió la mayoría de los golpes que trató de pegarle aquel hombre y salió de su casa, encaminándose con sus padres que no vivían lejos de ahí. Con ellos encontró todo el apoyo necesario que requería en esos momentos de angustia y jamás volvió con su marido. Afortunadamente no tuvieron hijos de por medio, pero igual lo hubiera abandonado si los hubiera tenido, la auto valoración vale más que un falso amor.

            El valor de sí mismo es la exclusividad de cada persona que debe optar por vivir la vida de lo mejor posible, puesto que no hay otra igual a ella. Dios, la vida, sus semejantes, esperan que realice usted el mejor proyecto de vida, donde se pueda dimensionar y reconocer el valor de su persona porque se ama inicialmente así mismo. Esto no tiene relación alguna con el gusto y satisfacción desmedida de placeres o una mal entendida libertad. Por el contrario, el valor de sí mismo es un cuidado muy prudente frente a los excesos, el orgullo, el egoísmo, la autosuficiencia, caminos que infortunadamente muchos toman confundiéndolo con el valor de sí mismo. La autovalía lleva a cada persona a no imitar modelos sociales inapropiados, con estilos de vida que no edifican a los espectadores; la conduce a tener una opinión equilibrada de sí, teniendo en cuenta las debilidades humanas, pero también las virtudes para vivir sanamente. Este valor viene ya asignado por Dios que espera de la especie humana lo mejor de sí, puesto que es una valiosa oportunidad de vivir aquí en el planeta, para trascender. ¿No lo cree usted así amigo lector? Píenselo un mucho. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).