Panoramas de Reflexión
Nos cuesta tanto dejar de fallar. Nos cuesta tanto dejar de hacer mal las cosas. Nos cuesta tanto dejar de destruir. No sabemos pedir, mucho menos dar. Nos la pasamos todo el tiempo quejándonos. Somos intolerables e intolerantes y gran parte del tiempo nos la pasamos regando injurias, amenazas, ofensas, basura mental que fluye de nuestros labios a la vez que no soportamos semejante bazofia.
Seamos amables con la gente que nos rodea porque jamás debemos perder de vista que cada quien libra sus propias batallas. Todos tenemos nuestras propias preocupaciones que atender y no tenemos por qué ser descorteses con los demás. Una sonrisa es el mejor regalo que podemos dar y recibir también, y lo mejor de todo es que es completamente gratis. Todo está en que sea sincera, plena de amor. No ambicione el deseo de poder y cuando en casa o en el trabajo posea un pequeño coto de poder, no se enajene, antes bien, condúzcase con cordura y recato. No cuesta nada, la felicidad no es cara porque también es gratuita. Dese cuenta que las cosas bellas de la vida, las que tienen valor, no cuestan. En realidad, lo que nos cuesta más son los atuendos y trebejos, muchas veces innecesarios, que usamos para circular por la vida, con que nos auto etiquetamos e identificamos tratando de sobresalir y distinguirnos ante los demás, sin considerar que valemos por quienes somos y no por lo que ostentamos. Hace algún tiempo me comentaba un buen amigo que si le daba a uno de sus hijos una camisa marca “Medalla”, se la rezumbaba por los pies. La juventud siempre se ha valido de las marcas más reconocidas para tratar de sobresalir de alguna manera ante sus similares, desafortunadamente “gracias” a la publicidad que genera la mercadotecnia, de la cual se vuelve esclava; y es que es precisamente eso lo que hace más ricos a unos cuantos, porque los jóvenes son un objetivo secundario de mercado, puesto que quienes los que verdaderamente pagan sus requerimientos son sus propios padres. Nos cuesta tanto trabajo entender que valemos más por lo que somos, por los valores morales y espirituales que profesamos, por las capacidades físicas e intelectuales que poseemos, por las aptitudes y actitudes que demostramos con sinceridad y respeto hacia los demás, y no por tanta mugre comercial, producto de las marcas y su funesta mercadotecnia que nos induce a gastar y gastar, y que estúpidamente llevamos puesta buscando espuria admiración y respeto de los demás.
Procuremos mejor una vida sencilla, libre de tendencias de la moda, otra estrategia vanamente comercial también producto de la mercadotecnia. Seamos nosotros mismos sin atender ni depender tanto de ostentaciones. La mercadotecnia en sí no es mala, es tan solo una técnica de mercado, un sistema global de negocios proyectado para planear, establecer el precio, promover y distribuir, bienes y servicios que habrán de satisfacer nuestras necesidades. Para algunos es considerada como ciencia, pero en cerebros inconscientes produce efectos exageradamente nocivos. Que no nos cueste tanto cambiar de actitud, intentémoslo. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.
Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).