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Moralidad y modernidad

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            La peana de la moralidad aposenta las bases, los cimientos, que rigen el tácito comportamiento del ser humano desde tiempos que se pierden en los efluvios la memoria, señoreando el sentido de la vida humana para efectos de una sana convivencia dentro del marco de la cordialidad y el respeto mutuo y verdadero, salvaguardando una insuperable serie de valores espirituales que satisfacen nuestras propias necesidades, proporcionando bienestar y resaltando innumerables virtudes, cada vez más perdidas en la ignominia con el avance de los tiempos.

            Es por ello que las personas mayores refieren cada vez con mayor ahínco, situaciones y condiciones que antaño suscitaban el honor, el respeto, que conlleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo, y la reputación, que sigue al mérito y la virtud. Situaciones y condiciones prácticamente desaparecidas todas en contraposición a la celeridad y modernidad de los tiempos actuales. El clasicismo se desvanece paulatinamente ante las nuevas demandas de una sociedad desprovista de moralidad. Diariamente observamos el comportamiento de niños y jóvenes, totalmente ajenos al honor y la vergüenza ante situaciones y condiciones especiales que la vida misma les presenta. El destino, ese concatenamiento de los sucesos que se cree obra sobre los seres humanos y los sucesos, muchas veces considerado circunstancial, favorable o adverso, se torna difícil y quizá fatal para quienes atentan contra la dignidad, el honor, el respeto y la reputación de los demás, y ello sólo lo saben la mayoría de quienes ostentan la edad madura, las personas mayores; pero eso tal vez ya no importa, la juventud tal parece prescindir de sanos valores que hogaño ya no respetan, ya no usan. Sin embargo, es bueno recordar aquí que la ley de acción y reacción no es exclusiva de la Física, lo es también de las relaciones humanas. Si usted actúa con el bien, recibirá el bien. Si actúa con el mal, recibirá el mal. Aquello que sí alguna vez sus abuelos le dijeron, es la mera verdad: “Tendrás siempre el doble de aquello que desees a los otros”. La felicidad no es cuestión del destino, es cuestión de elección. Alguien me dijo alguna vez: “Cuide sus pensamientos porque se volverán palabras. Cuide sus palabras porque se volverán actos. Cuide sus actos porque se harán costumbre. Cuide sus costumbres porque forjarán su carácter. Cuide su carácter porque formará su destino, y su destino será su vida”.

            Cuidemos e impulsemos pues en los demás el respeto por los valores impregnados de honor y vergüenza, porque ellos forjaran otras virtudes que se encadenaran invariablemente con el bien, formando igualmente parte de nuestro destino. Si no lo hacemos, estaremos retrocediendo, involucionando, en el desarrollo de nuestra cultura y las buenas costumbres, que tal vez tienen siglos tratando, aún sin lograrlo, de promover nuestro crecimiento espiritual. La vida no se concibe sin honor, sin vergüenza, sin respeto. Si ostentamos honor, sentimos vergüenza y pedimos respeto. Demostrémoslo a los demás, para que obtengamos de ellos lo mismo. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.