PIENSO, LUEGO ESCRIBO
Por Akiles Boy*
En un sábado no reciente, encontré en el mercado orgánico del pueblo, a un amigo de hace muchos ayeres. Un consumado trotamundos, aventurero, irreverente y enemigo del matrimonio y todo lo que se le parezca. Tuvimos una plática breve, amena, mientras engullía una deliciosa doblada de queso oaxaca con chicharrón, acompañada de un buen café que ofrece un cafeticultor lugareño, dueño de todo el proceso del aromático. Desde el cultivo hasta que lo degustamos en una taza, y dice alejado de cualquier franquicia o marca de las que se han multiplicado en la región.
Vinieron en cascada vivencias de esos años al inicio de los ochenta. Estaba saliendo de la gloriosa Facultad de Derecho, de la no menos ilustre Universidad Veracruzana. Un cruce de vías nos hizo coincidir y compartir momentos de trabajo y reventón con un amigo común. Fue una corta temporada de andanzas que terminó, primero porque fracasó el proyecto en el que trabajábamos, era común en el Sector Público, y segundo porque por necesidad de chamba y para sobrevivir tuve que emigrar al sur del Estado. Abruptamente nos distanciamos y a partir de ese 1983, pocas veces nos encontramos en el camino.
Más allá del avistamiento físico, observando y haciendo notar los estragos de los años, en el menú de la conversación, el plato fuerte fue como estamos hoy y como hemos sentido y vivido la transformación del entorno. El balance de más de tres décadas de recorrido presentaba claroscuros. Por un lado, nos reconocimos como sobrevivientes en un país enfermo de crisis crónicas inducidas o derivadas de la negligencia criminal de unos sátrapas. Un país de profundos contrastes, con un acelerado empobrecimiento de las mayorías, resultado de políticas neoliberales impuestas a rajatabla, que también hicieron emerger a algunos mexicanos que por sus fortunas ahora figuran en la lista de los hombres más ricos del mundo. Unos pocos en la gloria, la generalidad en el infierno.
Un país en el que los ciudadanos caminan hacia su propia anulación, presas del miedo de perder los pequeños privilegios conseguidos, de la frágil seguridad de sus espacios construidos, de la vulnerabilidad de su vida y la de la parentela. Como en las películas gringas futuristas y siguiendo el tradicional guion del maniqueísmo, donde un grupo de villanos extremadamente perversos quieren apoderarse del territorio y sus riquezas, y con esa idea planean y llevan al cabo la dominación, explotación, y si se oponen, al exterminio de sus habitantes.
Los buenos son muchos, pero son débiles, están divididos, carecen de líderes de fiar y muestran signos de enajenación, de alineación, de haber perdido la confianza hasta en sí mismos. En ellos está ausente el valor para enfrentar situaciones adversas, que les hacen daño, porque les gana el conformismo, la costumbre al sufrimiento, la cobardía. Eso, se debe admitir, es el gran mérito de la “educación”, que es complementada por los medios de comunicación masiva, especialmente la televisión, que se ha convertido en la gran difusora de los valores de la educación y la cultura. Su capacidad de influencia es tal que pueden imponer modelos de conducta, de vida y hasta gobernantes, si representan un buen negocio. El sistema sociopolítico y económico imperante, ha producido alteraciones estructurales en la forma de vida, de pensar y de actuar de los ciudadanos, que han permitido su dominio, porque lejos de rebelarse y romper con esos viejos esquemas de control, se han tenido que adaptar para sobrevivir, para soportar una vida mediocre. Por eso amigos lectores, la expresión de Los Mutantes, dicha por este andariego amigo. Hasta la próxima.
Enero 16 de 2021
*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.