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Se acaban las (mis) vacaciones

Por Arturo Reyes Isidoro

Prosa aprisa

Se acaban las (mis) vacaciones

Arturo Reyes Isidoro

Este viernes se acaban, ¡ay!, las vacaciones para los trabajadores académicos de la Universidad Veracruzana; se me acaban, pues, las vacaciones.

Se dirá que desde hace más de cuatro meses estamos de vacaciones y que vamos a seguir así; no, en la casa de estudios no, no en nuestro caso.

La pandemia nos puso a prueba y no tengo ninguna duda de que la hemos superado; la prueba de cómo no parar el trabajo e incluso, esa sería mi experiencia personal, de ser o sentirme más productivo.

Soy editor (de libros, porque hay de revistas impresas y de otras publicaciones) y desde un principio de la emergencia se nos asignó nuestra carga académica, esto es, nadie se aisló sin no llevarse tarea a casa, libros para trabajar.

Entonces, se creó un chat del grupo de editores en el que luego se plantean dudas o consultas y todos participan de inmediato, y también un mecanismo para que cada fin de semana se presente un reporte de lo hecho y avanzado.

Es la mejor prueba de que se está trabajando a diario y de que se están ofreciendo resultados, además porque luego Magda (Cabrera) la coordinadora requiere alguna información porque a su vez se la están pidiendo.

Seguramente lo mismo pasa en el resto de la UV. En el caso de mi área de trabajo, incluso, cumplido el horario normal de trabajo, fuera de él luego siguen las consultas. Se sigue con la tarea.

La Editorial, además, porque si bien disminuyó la publicación de libros impresos, se siguen publicando electrónicamente, campo en que la UV es de las más avanzadas del país y está inserta en las grandes plataformas de distribución y consulta de libros del mundo digital editorial.

Aquí es de justicia señalar el decidido interés y apoyo de la rectora Sara Ladrón de Guevara, así como del director de la Editorial, Édgar García Valencia, lo que nos ha llevado a evolucionar, en lo personal, de dar el salto de lo análogo a lo digital, cada quien en la parcela que le toca de un trabajo que es especializado.

 

En mi caso, pues, regreso al trabajo, pero cuántos cambios en tan poco tiempo.

Ya tengo el hábito de usar cubreboca, conscientemente. Hasta febrero, principios de marzo, salir embozado o andar embozado en la calle se consideraba propio de un asaltante. Lo evitaba uno.

A principios de año, el uso de gel, de agua y jabón en las manos, una y otra y otra vez hasta casi desgastarlas, no estaba considerado, no con la frecuencia de ahora.

El tapete en la entrada de la casa era para dejar ahí el lodo o la humedad, que en Xalapa, por su clima, es frecuente. Ahora es para lavar la suela de los zapatos en un líquido especial y luego secarlos en la jerga de al lado.

La toma de temperatura solo me la había hecho excepcionalmente en mi vida, cuando había sospecha de que tenía calentura o fiebre, pero ahora, adonde quiera que voy me la checan sin necesidad de tener un termómetro en casa. Es gratis. Estoy muy agradecido.

Hay casos en que, tanto entre familiares como con visitantes, para entrar a una casa lo rocían a uno de pie a cabeza con un spray antibacterial, lo que antes era impensable.

En otros, personas extreman tanto las precauciones que entran –los de casa, claro está– y se quitan la ropa para lavarla de inmediato.

Soy de los convencidos de que ya nada será como antes y que más vale ir adaptándonos a las nuevas circunstancias; que no podremos seguir encerrados para siempre.

Por necesidad he tenido que salir a la calle algunas veces, tomando todas las precauciones, e incluso para reunirme con actores políticos, porque como periodista también esa es para mí otra forma de trabajo.

He andado en el transporte público de la ciudad y, ahí sí, me ha preocupado que nadie mete orden y los camiones van llenos hasta el tope, en los asientos uno pegado al otro, sin ninguna sana distancia. Eso me ha hecho preguntar de qué sirve que cierren vialidades donde van pocas personas con las ventanillas de los vehículos cerrados, seguros.

Me he encontrado con la novedad, también antes impensable, de que ahora en restaurantes y hasta en taquerías de la capital, para consultar la carta tiene uno que sacar su teléfono celular y copiar un Código QR para consultarla, para no tocar con las manos la carta impresa de antes. Seguramente de ser una moda pasará a ser algo normal.

Creo que, obligados, nos acostumbramos o nos adaptamos muy rápido a las colas en los bancos para poder ingresar, lo que antes era excepcional. Ya nadie se molesta o se encabrona ni protesta. Estamos aprendiendo o hemos aprendido a cultivar el arte de la paciencia.

Me pregunto por qué prohibir en restaurantes la venta, los fines de semana, de algunas bebidas si uno las quiere acompañar con la cena, una copa de vino, por ejemplo (fui a una taquería de Araucarias y ¡le servían a uno cerveza, o chelada o michelada si la pedía! Para el estrés fue un muy buen relajante. No vi que por eso se pusiera en peligro a nadie).

Viajé al puerto de Veracruz. ¡Válgame Dios! Cometí un error: le comenté a algunas personas, que ahora sé que me quieren mucho, que lo iba a hacer. Me sermonearon de lo lindo, al grado que, primero, estuve a punto de no ir, porque casi me infundieron miedo, y, luego, uy me imaginé regresando, pero ya hecho cenizas en una urna. Y cuando estuve allá, ¡me dijeron que Xalapa estaba peor!

Vi mucha gente en la costera, en bicicleta, corriendo, haciendo ejercicio, sin cubrebocas, sobre todo jóvenes y adolescentes. El área urbana de la ciudad, esa sí, semivacía. La carretera súper tranquila, con pocos vehículos circulando.

Aun cuando con el sistema de trabajo home-office, vuelvo a mi ritmo de actividad con la firme idea de adaptarme a la nueva realidad, que será la nueva normalidad, consciente de que toda la vida es riesgo (como dicen, a veces hasta en el baño de su casa se muere uno de un resbalón y caída) y que de nadie más depende que uno no se contagie más que del cuidado personal de uno mismo.

Para nada estoy recomendando que alguien se exponga, y agradezco también a compañeros periodistas que se han preocupado porque salgo. Estoy tan expuesto como todos, aunque creo que algo me ayuda que desde hace años hago diario hora y diez minutos de ejercicio en bicicleta fija, remadora o caminadora, sobre todo en la primera. Mis pulmones los tengo trabajando a todo lo que dan.

Me duele, y eso sí me ha afectado mucho, que en tan corto tiempo se han muerto personas a las que tuve un aprecio especial y a las que extraño. Al comienzo del encierro siempre creímos que volveríamos a estar juntos cuando todo pasara. Ya no están. Ni siquiera pudimos velarlas. Me duele que se hayan ido así.

Por el contrario, estoy sorprendido de que no sabía que personas a las que tenía cerca físicamente, pero con las que estaba distante en la comunicación, tenían mucho que decirme, teníamos mucho que decirnos, y que, además, que con otras a las que conozco desde hace muchos años y con las que siempre he mantenido lazos amistosos, estos eran más extensos al grado de lazos de hermandad. Y un grupo de chat –aparentemente simple– me lo reveló, nos lo reveló. El COVID-19, la pandemia también deja lecciones positivas.

Como dice mi colega y compañera Jacy Meza, levanto campamento. Nos encontraremos aquí el lunes.

 

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