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¿Lo tienes todo?

Por: Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

¿Lo tienes todo?

“Caminando por el parque me senté al lado de un mendigo que estaba sentado en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque y me pareció curioso ver al hombre de aspecto abandonado, mirar las avecillas con una sonrisa en la cara que parecía eterna. Me acerqué a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.

Quise también sentirme afortunado al conversar con él para sentirme más orgulloso de mis bienes, porque yo era un hombre al que no le faltaba nada, tenía mi trabajo que me producía mucho dinero, claro cómo no iba a producírmelo trabajando tanto; tenía mis hijos a los cuales gracias a mi esfuerzo tampoco les faltaba nada y tenían los juguetes que quisieran tener. En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo no le faltaba nada ni a mi esposa ni a mi familia completa. Me acerqué entonces al hombre y le pregunte, – ¿Qué pediría usted como deseo en su cumpleaños? Pensando yo que el hombre me contestaría que dinero y así de paso yo darle unos billetes que tenía y hacer la obra de caridad del año. No saben mi asombro cuando el hombre me contestó lo siguiente con la misma sonrisa en su rostro, que no se le había borrado y nunca se le borró: –Amigo si pidiese algo más de lo que tengo sería muy egoísta. Yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre en la vida y más. Vivía con mis padres y mi hermano antes de perderlos una tarde de junio; hace mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre que se desvivían por darme todo el amor que les era posible dentro de nuestras limitaciones económicas. Al perderlos, sufrí muchísimo pero entendí que hay otros que nunca conocieron ese amor que yo sí y me sentí mejor. Cuando joven conocí una niña de la cual me enamoré perdidamente, un día la besé y estalló en mí el amor hacia aquella joven tan bella que cuando luego se marchó, mi corazón que sufría tanto, recordé ese momento y pensé que hay personas que nunca han conocido el amor y me sentí mejor. Un día en este parque un niño correteando cayó al piso y comenzó a llorar, yo fui, lo ayude a levantarse, le sequé las lágrimas con mis manos y jugué con él por unos instantes más y aunque no era mi hijo me sentí padre, y me sentí feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento. Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo la comida de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor porque hay otros que nunca lo han sentido y tal vez no lo sientan nunca. Cuando consigo dos piezas de pan comparto una con otro mendigo del camino y siento el placer que da compartir con quien lo necesita, recuerdo que hay unos que jamás sentirán esto. Mi querido amigo, qué más puedo pedir a Dios o a la vida cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que estoy consciente de ello. Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando, ¿qué necesitan ellas? Lo mismo que yo, nada. Estamos agradecidos del cielo, de esto, y sé que usted pronto lo estará también. Miré hacia el suelo un segundo como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos en su sencillez; cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las palomas y un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la vida. Jamás pensé que aquel mendigo, tal vez un ángel enviado por el Señor, me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano. La Humildad”.

La humildad, esa virtud tan escasa, desconocida y perdida por muchos hoy en día y que tanta gente a menudo confunde considerándola como una acepción más de pobreza. Humildad no es sinónimo de pobreza, sino de grandes personas, de calidad de Ser. Se dice que la mayoría de los jóvenes ogaño, y no sólo ellos, muchos adultos también no la conoce, no la practica; sin embargo, considero yo, la medio conocen porque también la confunden usándola de manera selectiva. La aplican en convivencia con sus maestros, superiores y amigos, donde sienten que conviene, mas no con sus padres, familiares, vecinos o amigos de sus padres. Donde consideran que no es necesario, no la usan. En conclusión, no la conocen, no la sienten no la viven, no está sembrada en su corazón como convicción, como estilo de vida, ni con convicción porque quizá no la mamaron en el seno familiar, sus padres no se encargaron lo suficiente de sembrarla en ellos, de inculcársela ni quizá de practicarla para que como ejemplo de vida les sirviera. Así las cosas hoy en día. La reflexión anónima que esta vez les relaté, nos enseña que en la vida debemos ser humildes, buenos, pacientes y honestos con todos nuestros semejantes, porque de todos necesitamos y porque nunca sabremos quién del suelo nos va a levantar si algún día caemos, nos perdemos. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

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